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Crítica: “La semilla del fruto sagrado”, el enemigo en casa By Doly Mallet

Redacción

“No se habla de política en la mesa” es una aseveración (o en algunos casos, una orden) que debe ser relativamente común en los hogares donde dos o más miembros tienen visiones políticas divergentes. Aseveración que para personas como el cineasta iraní Mohammad Rasoulof debe resultar de una inocencia pasmosa a la luz de La semilla del fruto sagrado (o The Seed of the Sacred Fig), su más reciente película.

Lo dice un cineasta cuya obra, crítica del gobierno iraní, le ha provocado encontronazos con el régimen teocrático y le ha valido arrestos, vetos de trabajo y de viaje, tener que filmar en secreto y huir del país para poder presentar la película en Cannes, con dos de sus protagonistas arrestados. Cualquier cosa.

En línea con la metáfora de su título, La semilla del fruto sagrado es la clase de película que, entre otras cosas, nos demuestra que la política está enraizada en simbiosis dentro de todas las esferas de la sociedad. Especialmente en la mesa. Y que sí, el autoritarismo en su forma más rancia, fundamentalista y opresora inevitablemente tendrá que estrangular el árbol y corromperlo todo.

La película se enmarca en el contexto de la muerte de Mahsa Amini a manos de la policía en 2022, las subsecuentes protestas que se extendieron durante meses y que fueron reprimidas por el gobierno iraní sin tapujos por los derechos humanos (como cualquier otro lunes en el país asiático, tristemente). Aunque no es esencial informarse largo y tendido sobre el tema, es contexto valioso dado que Rasoulof entrelaza inseparablemente lo social y político con lo doméstico, y lo convierte en el corazón de sus tensiones.

La trama inicia con Iman (Missagh Zareh), un abogado en principio honesto y trabajador, que es promovido a juez investigador para la corte revolucionaria de Teherán. El futuro es alentador: su trabajo parece ser reconocido y trae el prospecto de una mejor vida para su esposa Najmeh (Soheila Golestani) y sus dos hijas, la universitaria Rezvan (Mahsa Rostami) y la menor, Sana (Setareh Maleki).

Las chicas, sin embargo, simpatizan con las protestas en las calles, pero permanecen en casa en estricta vigilancia cuando a Iman se le ordena discreción y mantener su identidad y ocupación en secreto para todos. Por su trabajo, los disidentes podrían ir tras él o su familia, razón por la que se le asigna una pistola. Pero cuando descubre que fue ascendido no por su honestidad, sino para dictar sentencias obedientemente sin revisar la evidencia, comienza a sucumbir a las presiones del sistema. Con las protestas creciendo en intensidad y la misteriosa desaparición del arma en su casa, las tensiones dentro de la propia familia crecen.

Si bien la desaparición de la pistola sí termina por volverse un punto crucial de la trama, durante la mayor parte de su duración opera como un MacGuffin. Es el pretexto con el que Rasoulof detona el deterioro del núcleo familiar.

Y aunque se trata, en parte, de un producto de sus limitaciones logísticas de rodaje dada la estricta censura en Irán, Rasoulof saca todo el provecho de muy pocos espacios para narrar este declive familiar, y expresar las dicotomías de sumisión/opresión del mundo doméstico/político, femenino/masculino.

Durante al menos dos tercios de La semilla del fruto sagrado, el hogar parece existir en un limbo apartado del resto del mundo, pero a su vez, es el único espacio habitado por la madre e hijas en donde pueden existir con relativa “libertad”, sin el hijab, en diálogo abierto y hasta en pequeñas acciones clandestinas. Pero basta con abrir una ventana o una puerta para que eso cambie. El contacto de las chicas con el mundo político en el exterior, salvo por un acontecimiento crucial, se limita a las pequeñas pantallas del celular, con el que se informan y reafirman cuando están solas (Rasoulof integra imágenes reales de las protestas y represiones registradas en redes sociales, en sí mismo ya un acto contestatario).

Tales dicotomías son acentuadas por lo que está y no está, lo que se mueve y lo que no: por ejemplo, la ausencia del padre en el hogar durante el día, liberando la tensión encarnada por las instituciones que representa. Con muy contadas excepciones, la cámara se mantiene estática y cercana a los personajes, con la misma vigilancia opresiva de la sociedad que les rodea. Incluso los autos, retratados como espacios de socialización y encuentro en la obra de cineastas como Abbas Kiarostami, se perciben aquí como espacios peligrosos.

La cámara comienza a moverse cuando las tensiones alcanzan sus inevitables, intensas y confusas debacles, y aunque las posturas políticas de Rasoulof podrían hacer un poco predecible el desenlace, es su intención, expresada en sus heroínas femeninas, lo que vale la pena tener en mente. Ante el autoritarismo hay que oponerse y pelear, no importa lo desfavorable de las circunstancias.

“La semilla del fruto sagrado” o “The Seed of the Sacred Fig” está nominada al Oscar a Mejor Película Internacional 2025 y ya está en salas de cine mexicanas con distribución de Cine Caníbal.

 

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